Complementar el gusto por las manualidades, la temática infantil y la repostería, es lo que finalmente consolidó esta idea de negocio, el que ahora incluyó la venta de insumos y productos relacionados. Las clases son un éxito y un panorama atractivo, tanto para padres e hijos como para quienes buscan abrir su propia pyme.
Carla Moenne, tiene solo 37 años, es mamá, esposa e ingeniero civil industrial, pero también es empresaria y una artista del diseño en la repostería, fundadora de Moenne Studio. Cuenta que siempre tuvo el sueño de tener un negocio y, aunque nunca ejerció su carrera universitaria, actualmente es una reconocida repostera que realiza talleres para niños y adultos. Durante la pandemia arrasó vendiendo sus clases grabadas de preparación, horneado y decoración de macarons, tortas, cupcake, galletas y un sinfín de preparaciones. Sin embargo, lo que coronó su emprendimiento, fue el incorporar una línea propia de productos e insumos para pastelería, la que ha tenido una tremenda salida comercial. ¿Cómo lo hizo?, te contamos su historia.
Durante su época universitaria en la U. Federico Santa María de Viña del Mar, Carla participó de varias clases de pintura, cerámica en frío y otras manualidades de forma paralela a su carrera. Una vez egresada, se casó y viajó junto a su familia a Singapur, donde se radicaron por un par de años. Estando allá viajó a China para recorrer las ferias de productos e innovación, pensando en generar algún negocio con la importación de algún producto, pero ninguno le dio la confianza para creer que podría resultar, por lo que continuó su búsqueda.
Cuando se acercó la celebración del primer cumpleaños de su hijo, quien nació allá, se propuso hacer una torta y todas las cosas dulces que pudiera para armar la fiesta. Aprovechando sus habilidades con las manualidades y decoración, se dio a la misión de hacer la torta. Sin embargo, jamás había hecho una, pero con la ayuda de una amiga y algunos videos de internet, sacaron adelante el proyecto. El resultado fue una torta hermosamente decorada con figuras en cerámica y un sabor que tuvo muy buenas críticas entre los comensales. Olfateando que podía ser un producto con buena venta, hizo una muestra de cupcake, las que distribuyó entre los compañeros de trabajo de su esposo, acompañándolos con una encuesta. Tras esto, logró dos cosas importantes: conocer los gustos locales que le permitieran adecuar los sabores y, además, concretó su primera venta. “Una de las personas me dice: esto está maravilloso, es muy bueno y te quiero encargar…. No sé veinte o treinta. Yo estaba muy emocionada. Lo increíble es que cuándo le dije el valor, él me los recibió y me dijo: ¿sabes qué? Estos cupcakes valen mucho más de lo que me estás cobrando y me pagó lo que él creía justo, que fue más de lo que había pedido”, recuerda sobre sus inicios.
Ya de regreso a Chile, Carla se inscribió para participar de una feria de manualidades y artesanías en Vitacura. “Me preparé con mucha anticipación. Me puse a hacer todas mis manualidades. Hice cuadros, lámparas, tazones, todo pensado en los niños… Hice mucho, me preparé un mes. Sacaba cuentas con todo lo que iba a ganar vendiendo mis productos y ¡me fue pésimo! Todas mis expectativas se vinieron abajo”, comenta sobre su experiencia. Claramente, el camino no era ese.
Como mantenía el gusto por la pastelería y ya había tenido buena recepción en el extranjero, ingresó a estudiar repostería. Participó de cuánto curso o taller pudo para perfeccionar y adquirir nuevas herramientas, en lo que ella sabía podía ser un negocio prometedor y que, además, podía complementarlo con la decoración infantil. Luego de dos meses, empezó a ofrecer tortas a sus cercanos. Sin embargo, el impulso final vino de otra emprendedora: “Se me ocurrió postularme a un trabajo como ayudante, porque sentía que así iba a aprender mucho más. Fui a un par de entrevistas y tenía la complicación, que se topaban con mis clases los días sábado o debía ir los domingos y mis hijos aún estaban chicos. Entonces no me era viable”, relata. Hasta que una de las personas que la entrevista, le hace una sugerencia “mira, yo soy ingeniero igual que tú, empecé de la misma manera y me tiré a la piscina. Te recomiendo que hagas lo mismo; abre tu propio negocio”. Así, hace siete años, Carla se fue a su casa y armó su emprendimiento.
Los pedidos fueron creciendo, la casa se fue haciendo cada vez más pequeña y sabía que debía crecer, porque los resultados lo demostraban. Sin planificación alguna, el dueño de la tienda donde compraba los materiales para fabricar sus tortas, le ofreció dictar clases de cerámica. Una nueva experiencia, pero que significó el inicio de lo que hoy es el alma y el servicio principal de Moenne Studio.
Al cabo de un año y, al igual que con los pedidos de tortas, las alumnas interesadas fueron aumentando y este lugar, también se fue haciendo chico para los planes que tenía en mente. Inició una sociedad con una amiga, arrendaron una casa y contrataron personal, pero las visiones de negocio eran distintas entre ambas partes, por lo que duró muy poco tiempo. Sin embargo, el aprendizaje fue clave: “me sirvió para darme cuenta que era absolutamente capaz de hacerlo sola. Siempre tenía el temor de fallar o de no podérmela, pero cuando vi que el este buque lo podía llevar sola, no me importó perder plata de la inversión y volví a mi casa a intentarlo, ahora, llena de confianza”.
Siguió con la misma dinámica: haciendo clases y tortas en el living de su casa. Tenía una clientela que no le importaba dónde estuviera ubicada y una larga lista de alumnas. Con un gran esfuerzo familiar detrás, luego de seis meses, Moenne Studio se instaló en un local de Vitacura.
Los talleres le permitieron incorporar la venta de insumos de repostería, porque las mismas alumnas, continuamente le preguntaban datos de dónde comprar o cuál era el de mejor calidad. Comenzó con un pequeño stock de distintas marcas, pero con la llegada del Covid-19, la venta se disparó y vio una potente oportunidad de negocio: fabricar sus insumos bajo la marca Moenne Studio. “Aprovechando que no podía dictar clases presenciales, pero sí vender materiales, empecé a adquirir algunos, a tener nuestros productos propios y traer muchas cosas desde fuera de Chile, lo que hizo crecer la tienda”, señala.
“Cuando empezó a decirse que nos teníamos que encerrar, comencé a grabar todas mis clases. Hicimos muchos videos y luego vendimos este material. Como la gente aprovechó la cuarentena para cocinar y probar cosas nuevas, nos permitió crecer muchísimo estos dos años. Más, con todos los productos que vendimos para repostería”, agrega.
Hoy en día el local, que ya retomó las clases presenciales, es también un lugar donde asisten muchas mujeres que ven en esas clases la posibilidad de desarrollar una pyme. “Lo que me gusta de Moenne Studio es que trabajamos con muchas mujeres que quieren desarrollarse y emprender, igual como yo lo hice. Les entregamos herramientas para que lo logren y eso, me llena el alma. Saben que cuentan con nosotras y que somos una especie de comunidad”, concluye Carla, quien está enfocada en distribuir a todo el país, consolidando sus productos e insumos, a la par con las clases online.